domingo, 15 de mayo de 2016

El baile de las mascaras infinitas.

Me encuentro ahora mismo sentada en uno de esos pequeños e incómodos sofás de una sala de fiesta.
En dicha sala,está teniendo lugar un baile de máscaras, un estúpido baile al que estuve pensando mucho si acudir o no, total, todos los días tiene lugar uno, vayas donde vayas, te relaciones con quien te relaciones, todo el mundo sigue unos pasos de  baile (previamente estudiados) que marcan el compás de la música que ellos mismos hayan decidido poner ese día, y que, normalmente, hace juego con la máscara elegida para la ocasión.
Yo estoy tan cansada de disfraces que ni siquiera se por qué me he  decidido a venir. Quizás en mi infinita ingenuidad haya creído que esta vez todo sería diferente. Que las máscaras dejarían de ser metafóricas y por una vez solo existirían las materiales. Gran error el mio. Nunca nada es diferente.
Os cuento, nada más llegar a este baile de las máscaras infinitas (así he decidido llamarlo) me he encontrado con una vieja "amiga"que me ha saludado dándome un "emotivo" abrazo, dejando asomar, en un despiste, detrás de su antifaz una segunda máscara  algo menos elaborada, la de la fingida alegría por verme o saber de mi.
Pero esta ha sido solo la primera de una larga noche de ver a personas cubiertas de capas que esconden lo que son con tal de encajar en este puzzle carente de sentido que es la sociedad.
Y yo,como siempre, sintiéndome fuera de lugar,llevando aquella máscara veneciana que alguien que ya ni siquiera recuerdo me regaló tras un viaje por la ciudad de los canales. Uno se esos regalos por compromiso, supongo.
Así que, después de un rato intentando conocer los rostros que se ocultaban tras las infinitas máscaras, intentando ver en ellos al menos una parte de lo que esas personas un día fueron o significaron para mi, he desistido de mi misión, viniéndome a un rincón, a este sofá que ya apenas me parece incómodo. Desde el, ahora mismo veo a una persona que me mira fijamente y de la que tampoco consigo descifrar que esconde tras su máscara, y de la que probablemente nunca llegue a hacerlo...
Ha sido mala idea sentarme en frente de ese espejo. Otro error para a lista. Suma y sigue.
Ahora, mirando en la dirección opuesta veo a la gente pasar, gente que una vez creí conocer, que incluso alguna vez llegué a querer (a ellas,a sus máscaras, o a la idealizada idea que de ellas me había creado, vete tú a saber). Gente a la que veo, pero que no me ve.
Y mientras todos beben, fuman, bailan y se divierten, sin importarles en absoluto las infinitas máscaras de este baile, yo me retiro hacía la oscuridad, la soledad y el silencio de la noche, los únicos que parecen entenderme.
Camino a oscuras, sintiendo la brisa en la cara, libre ya del peso de mascaras. La mía ha quedado olvidada en aquel rincón, en aquel sofá, en aquel lugar desde  el que observar el ridículo espectáculo de la vida.

Alarmas


Brr brrrr la vibración de la alarma de mi móvil me saca de uno de mis extraños sueños, aún adormilada y sin saber que pasa busco con la mano el móvil debajo de la almohada. Vale, ya se que es malo dormir con el móvil cerca de la cabeza porque produce cáncer y todas esas mierdas, pero no valoro tanto mi vida como para preocuparme por eso.

Con un ojo abierto y el otro aún cerrado, miro la hora, y me concedo el capricho de dormir un poco más, toco el botón y pospongo la alarma diez minutos, pero no se cuantas veces lo hago. Total, hago lo mismo con mi existencia, la pospongo poco a poco hasta que algo haga que ese mismo impulso que al final te obliga a levantarte me lleve a apagarla  por completo.

Cuando por fin me decido a levantarme lo primero que hago es mirar las notificaciones, algún que otro mensaje de whatsapp, nuevas interacciones en Twitter, recordatorios de cumpleaños de Facebook de personas que ni me importan y notificaciones de instagram, de esa nueva cuenta que me abrí para colgar las fotos que hago creyéndome fotógrafa, ese se ha convertido en mi nuevo hobby, uno más, una nueva excusa en la que encontrar suficiente motivación para seguir adelante. Este nuevo pasatiempo al menos no es tan ruidoso como cuando me dio por aporrear la guitarra. Aunque lo único que aporreara fueran las cabezas de todo el que estuviera en casa con mis acordes fallidos. Y reconozco que de vez en cuando lo sigo haciendo. Cualquier cosa mejor que el silencio.