sábado, 1 de noviembre de 2014

Mi frío.

No, no me gusta el frío. Incluso se podría decir que odio el frío. No el frío en sí, sino todo lo que este trae consigo. Nostalgia. Melancolía. Malos recuerdos. Recuerdos buenos de tiempos que ya no volverán.
Y tu mente se nubla. Y solo hay nostalgia.
Odio el frío. Odio la nostalgia. Odio los días grises. Odio tantas cosas que incluso a veces me odio a mi misma. 
Odio el miedo que siento del frío, de no poder controlar mi mente, de volver a caer en la adicción que produce la nostalgia. No hay droga peor. Te consume poco a poco, te va pidiendo cada vez dosis más grandes, y al final  acaba destrozando  tu alma. Convirtiéndote en un ser que simplemente vaga por el mundo, pidiendo ayuda a gritos sin que nadie llegue nunca a oírla.
Pero he aprendido algo, podemos combatir el frío,  para ello tenemos el olor a café recién hecho, las tazas de chocolate caliente,  libros que nos envuelven entre la textura de sus páginas, personas que iluminan con sonrisas los días más grises, la sensación de calidez que producen los abrazos, el calor que emana de una hoguera mientras las llamas consumen poco a poco la madera...
Y no, ya no hay frío. Ya no hay nostalgia.
 Mi frío ya no existe.