domingo, 26 de junio de 2011

Amelie- Recopilatorio



-El tiempo no ha cambiado nada, Amelie sigue refugiándose en su soledad, se divierte haciéndose preguntas idiotas sobre la ciudad que se extiende ante sus ojos.
-Cuando un dedo apunta al cielo, el tonto mira el dedo.
-Sin ti las emociones de hoy sólo serían las envolturas muertas de las del ayer.
-No son buenos tiempos para los soñadores.
-La vida no es más que un interminable ensayo de una obra que jamás se estrenará
-Si Amélie prefería vivir en sus sueños y seguir siendo una chica introvertida, estaba en su derecho, ya que malograr su vida es para todo ser humano un derecho inalienable.
-Cualquier otra chica  habría llamado enseguida, habria citado al chico en una terraza para devolverle el album 
y así sabría si valía la pena seguir soñando o no.
Eso se llama enfrentarse a la realidad. Pero eso... no es lo que Amelie quiere.
-                                                 
-Amélie no tenia un hombre en su vida, lo habían intentado pero el resultado nunca había estado a la altura de sus expectativas. En cambio, cultiva el gusto por los pequeños placeres... Hundir la mano en un saco de legumbres, partir el caramelo quemado de la Crema Catalana con la cucharilla y hacer rebotar las piedras en el canal Saint Marthin.
-Amelie tiene de repente la extraña sensación de estar en total armonía consigo misma, en ese instante todo es perfecto, la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausado rumor de la ciudad. Inspira profundamente y la vida ahora le parece tan sencilla y transparente que un arrebato de amor, parecido a un deseo de ayudar a toda la humanidad la empapa de golpe. 

-De modo que es este hombre de aquí, el que alza la mano... 
_Si
_Ya...¿Esta enamorada de él?
_...Si

_Entonces ha llegado el momento de que ella se arriesgue de verdad.
_Eso es lo que piensa! está estudiando una estratagema para...
_Ya entiendo, le gustan las estratagemas!
_Si!
_En realidad es una cobarde! precisamente por eso me cuesta captar su mirada. 


-Verá, mi pequeña Amelie, usted no tiene los huesos de cristal, podrá soportar los golpes de la vida, si usted deja pasar esta oportunidad con el tiempo su corazón se ira haciendo seco y frágil como mi esqueleto. ¿A que espera? ande, vaya a por él. 


—No, idiota. Está enamorada.
—Pero si no la conozco.
—Claro que la conoces. Desde siempre, en tus sueños.


-La angustia por el paso del tiempo nos hace hablar del tiempo que hace 

-Es curiosa, la vida. Cuando eres niño el tiempo no acaba de pasar, y luego sin darte cuenta tienes 50 años, y de la infancia lo unico que te queda cabe en una cajita oxidada.
 -No tengo ganas de encontrarme con cualquiera 
-La vida es injusta cada uno calma los nervios como puede. 
-Amelie : yo hago rebotar las piedras.
-¿Eso haces ?

martes, 7 de junio de 2011

El negro no entiende

Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. 
Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador 
del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y 
vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro,
 probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo
 de su bandeja. 


De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige 
su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad 
privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente
 para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de 
nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle 
amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación,
la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad
 y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así,
 él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo 
plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta.
 Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, 
suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. 


Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, 
en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla 
y una bandeja de comida intacta. 


Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que,
 en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas
 personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo.
 Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo 
ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, 
él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba:
 "Pero qué chiflados están los europeos".
Rosa Montero

jueves, 2 de junio de 2011

:)

Esa alegría, 

                                      de gritar....de saltar!